Naturaleza

Algo, quizá la cola de un pez, roza mis piernas. Miedo es la primera reacción porque el mar es siempre un misterio y son un misterio sus criaturas, y dicen que ni al uno ni a las otras deberíamos tentar. Pero en esta ocasión no obedezco al temor sino a la placidez que me producen el agua en calma y la ausencia de otros bañistas. "Espero que no piques ni muerdas" digo a media voz y como respuesta ya no una sino varias colas me tocan. Es probable que me haya atravesado en el camino de un banco de peces, a fin de cuentas estoy en su casa, así que procuro quedarme tan quieta como el breve oleaje lo permite. 

Apenas unos segundos después dejo de sentirlos. Antes que yo -seguramente- percibieron la sombra del pelícano, perfecto artefacto de vuelo que se clava en el agua y sale de ella con una de las colas zarandeándose en el pico, el saco ensanchado para acomodar a su presa más reciente. Es la naturaleza, pienso, mientras nado rápido, de regreso a la certeza hecha de arena.


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