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Mostrando entradas de junio, 2020

Manos

Hoy llegó nuestro pedido semanal (nos hemos convertido al domiciliarismo), que ha terminado por volverse un ritual de limpieza. Con boca y nariz cubiertas, lo recibo y lo asperjo. Me gustaría entonar un canto para alejar a los malos espíritus, pero el portero me mira, así que me abstengo. Luego descargo las bolsas en la entrada del apartamento, me lavo con jabón, con agua, con miedo, y me dispongo a limpiar. Entre producto y producto me miro los dedos y por un segundo vuelvo a ver a la niña metida en la piscina, esperando que se le pongan las “manos de abuela” para asustar a su hermana pequeña. Veo luego a la niña hundiéndose y una mano de mujer mayor devolviéndola a la superficie. La voz de L me retorna a casa, a la mezcla de agua y vinagre que ha convertido mis palmas en un mapa de pequeños canales por donde humedad y memoria buscan su cauce. 

Vesícula biliar (ausente)

Me dijo que tenía mucho frío. Luego se tiró en la cama y empezó a temblar como si fuera a salirse de su propio cuerpo. Lo abracé, pero fui incapaz de contener el movimiento alocado de sus huesos. Luego vino la fiebre. Y las preguntas sobre con quién habíamos tenido contacto. Por estos días, ustedes lo saben, todos somos sospechosos. Pero resultó que era una piedra en el camino, salida de la vesícula, esa pera silenciosa y pequeña que tenemos en el lado derecho.  L ya no la tiene. Dicen los que hurgan más allá de la ciencia que el responsable de que la pera enferme es el rencor. Uno profundo, lentamente acumulado en los rincones. Dicen también que para curarse hay que dejar fluir. Mientras duerme, lo observo y le acaricio las huellas diminutas del bisturí en su costado derecho, a modo de plegaria por sus heridas. Por todas sus heridas. 

Dedos del pie

Bajo las cobijas, sin más, se ponen inquietos. No sé ustedes, pero mis dedos no solo me sirven como apoyo al caminar o correr, no solo son factor de equilibrio. Son hábiles, agarran cosas, y en las noches, sobre todo cuando hace frío, les da por jugar. Puesto que no pueden ir muy lejos, su víctima es L, que duerme a mi lado: empezando en el tobillo, lo pellizcan suavecito; él se sacude como si soñara con moscas, pero no se despierta. Mis dedos van subiendo y mordiendo, subiendo y mordiendo; L no se entera hasta que han llegado demasiado lejos. Cuando él abre los ojos, mis dedos, como si supieran cumplida una tarea, enmudecen y vuelven, muy tranquilos, a lo suyo.