Ansiedad

Desde muy joven anticipo las catástrofes. 

Todo comienza cuando algo –acaso una fila desordenada de hormigas– se dispersa desde el estómago hacia las rodillas, los pulmones y la garganta. Abajo me hacen perder la fuerza; arriba me dejan sin aire, sin palabras. El eco de sus pequeños pero multitudinarios pasos restalla en mi cerebro. 

Y entonces sé que algo malo sucederá. Y espero. Sin piso, sin oxígeno, enmudecida. Espero.

Perdida la cuenta de todos los malos presagios, debo decir que, hasta ahora, no he acertado en ninguno.

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