Dedos del pie
Bajo
las cobijas, sin más, se ponen inquietos. No sé ustedes, pero mis dedos
no solo me sirven como apoyo al caminar o correr, no solo son factor de
equilibrio. Son hábiles, agarran cosas, y en las noches, sobre todo cuando hace frío,
les da por jugar. Puesto que no pueden ir muy lejos, su víctima es L, que
duerme a mi lado: empezando en el tobillo, lo pellizcan suavecito; él se sacude
como si soñara con moscas, pero no se despierta. Mis dedos van subiendo y
mordiendo, subiendo y mordiendo; L no se entera hasta que han llegado demasiado
lejos.
Cuando él abre los ojos, mis dedos, como si supieran cumplida una tarea, enmudecen y vuelven, muy tranquilos, a lo suyo.
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